Conversaciones incómodas

Por Lorenzo Rosenzweig | 19 de octubre de 2023
Conforme el área metropolitana de Monterrey sigue creciendo, la relación entre los territorios naturales que rodean a la ciudad y ésta se vuelve más crítica.

 

Estamos lejos de resolver las crisis de movilidad, de abasto de agua y abatir la contaminación del aire que respiramos, pero conocer un poco más de la dinámica histórica entre los actores naturales y la urbe nos puede servir para entender mejor y plantear soluciones adecuadas a la ciudad.

Las ciudades, sus pobladores, y las autoridades en los tres niveles de gobierno, deben conversar entre sí.

Deben conectar con los ecosistemas que las rodean, ríos y montañas, a través de la ciencia, y la interpretación que ésta nos permite hacer de sus procesos naturales, físicos y biológicos.

Son pláticas incómodas y necesarias. No tenerlas implica un costo importante para nuestra economía y calidad de vida. En ocasiones extremas, resulta en la lamentable pérdida de vidas humanas.

El río Santa Catarina como un corredor vivo, y los acuíferos y las montañas que los alimentan, son parte de nuestra identidad y la razón principal de la fundación de esta gran ciudad.

Además de su relevancia histórica, son un componente esencial del entorno biofísico que, como infraestructura verde, nos provee de servicios y funciones ambientales esenciales como agua, aire limpio y oportunidades de esparcimiento.

Los ambientalistas y la ciencia los llaman hoy día «soluciones basadas en la naturaleza”. Veamos.

El agua que nos proveen ciclones y huracanes –hoy tan ausentes en los últimos años– es esencial para el ciclo hídrico. Alimenta presas, recupera acuíferos, nos permite desarrollar actividades agropecuarias e industriales y nos abastece de agua para consumo doméstico.

En agosto de 1909 un huracán depositó en la Huasteca millones de metros cúbicos de agua. Hubo miles de muertos y considerables daños. Se estima que hubo un flujo de agua cercano a los 6 mil 650 metros cúbicos por segundo.

La acometida de más huracanes en las siguientes tres décadas llevó a las autoridades a canalizar el río Santa Catarina, obra completada en 1953.

Como en muchas otras ciudades del mundo, esta acción liberó superficies urbanizables y permitió construir dos ejes poniente-oriente de movilidad urbana, pero en materia hidráulica resolvió poco.

El huracán «Gilberto», en septiembre de 1988 (4 mil 800 metros cúbicos por segundo) evidenció el deterioro de la cuenca hídrica, y nos hizo ver que el cauce era insuficiente.

La historia se repitió con «Alex», en 2010, con un flujo de agua de 3 mil 065 metros cúbicos por segundo, cuyos efectos fueron moderados por la cortina Rompepicos. Aun así, los daños en infraestructura fueron estimados en más de 20 mil millones de pesos.

Las soluciones a los problemas señalados al inicio de este artículo están disponibles. Regular el desarrollo urbano y recuperar zonas y distritos históricos aumentando la densidad de vivienda es una de ellas. Esto a su vez favorece las soluciones de movilidad.

Identificar y conservar adecuadamente territorios críticos y prioritarios aledaños al área metropolitana de Monterrey, con el fin de mejorar el ciclo hídrico, es otra.

Establecer mecanismos financieros transparentes y efectivos para costear este manejo a perpetuidad y desarrollar herramientas de monitoreo satelital y a nivel de campo, que nos permitan detectar y prever emergencias ambientales –como incendios forestales e inundaciones– están a nuestro alcance.

Tengamos una conversación con los espacios naturales que nos rodean. Son fuente inagotable de prosperidad, y bien manejados nos permitirán recuperar nuestra calidad de vida.

Escuchemos las voces de los ríos, montañas y paisajes. Aprendamos a mirar y entender nuestro entorno natural, único y majestuoso.

La naturaleza, con su experiencia de millones de años generando resiliencia y diversidad, guarda soluciones para todos nuestros retos. Es una aliada y debemos mejorar nuestra comunicación con ella.

Si no lo hacemos, seguirá alzando la voz, esperando que reaccionemos.

El autor es biólogo marino y cofundador del primer Fondo Ambiental Nacional de México.

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