El águila que cae

©FulvioEccardi3830

Amo a mi país. Al igual que para millones de mexicanos, es el eje de mi identidad, la raíz de mis sueños y la convergencia de aspiraciones personales y profesionales. Amo su geografía, sus paisajes, su gente de bien, su cultura, sus colores. También aprecio su extraordinaria riqueza biológica. 

Nuestro escudo integra, de manera afortunada, la historia y la diversidad natural de México. Sus imágenes aluden a que somos el país con la mayor variedad de encinos, reptiles y cactáceas; y evocan la representación prehispánica del agua, un recurso natural indispensable para el desarrollo nacional. Al centro, una gallarda águila real nos recuerda que formamos parte de los once países con más especies de aves. Ahora es protagonista de una tragedia de extinción en proceso. 

Tenemos identificadas 175 parejas de águila real en el territorio mexicano. Bien conservado y sin amenazas humanas constantes, debería albergar alrededor de dos mil individuos. El cambio de uso de suelo, el envenenamiento accidental, la electrocución y la cacería se cobran sistemáticamente la vida de ejemplares en estado silvestre. Durante la última década, desde la sociedad civil organizada, en coordinación con la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas (Conanp), órgano desconcentrado de la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales, tuve el privilegio de participar en diferentes esfuerzos de conservación del águila real en el norte de México. 

Conjuntar actores y agendas para un proyecto de conservación es tan complejo como rastrear un águila real. Sin embargo, la ciencia y la tecnología nos han abierto una ventana al mundo de estas majestuosas rapaces. Por medio de cámaras remotas de video, atestiguamos el ciclo de cortejo y crianza: vemos el nacimiento de uno o dos pollos por nido y documentamos el empeño de los padres por alimentar y preservar su frágil linaje. Monitorear los nidos de águila real, con las autorizaciones federales correspondientes y los protocolos de seguridad para salvaguardar a estas aves y a los expertos (que se descuelgan por imponentes acantilados), facilita la colocación de un pequeño transmisor satelital en los aguiluchos, sin lastimarlos ni afectar su capacidad de vuelo, para recolectar datos sobre el desplazamiento, los patrones de migración y el uso del hábitat del águila real. La información es fundamental para que los científicos, la comunidad conservacionista y las autoridades protejan los espacios clave para la supervivencia de la especie. 

El trabajo ha dado frutos, pero no al ritmo que la situación amerita. Gracias a una iniciativa plural, de 2017 a la fecha, instalamos, en coordinación con la Conanp, transmisores satelitales en siete aguiluchos, en Chihuahua y Zacatecas. Dos murieron al año y medio, víctimas de un balazo; dos más perecieron envenenados; uno falleció por causas indefinidas; otro desapareció digitalmente, después de tres años de transmitir su ubicación, pero los indicios disponibles permiten abrigar la esperanza de que sigue vivo; y el séptimo ejemplar tiene apenas tres meses de vida y la telemetría sugiere que vuela hace mes y medio, todavía en libertad.

Los resultados confirman las suposiciones: la población de la especie ha decrecido porque enfrenta un reto de supervivencia complicado en su etapa juvenil. Son pocas las crías de águila real que llegan a los cuatro años de vida y pueden reproducirse. Nosotros, que compartimos su territorio, no estamos ayudando.

El águila real, en contacto diario con los mexicanos a través del escudo, la bandera, los billetes, las monedas y la historia, espera inquieta que todos nos unamos al esfuerzo por conservarla. 

Finalmente, es nuestro símbolo patrio.

Exacta.

Vestida de garras y sedosas plumas,

un ánima corta el aire.

Claudia Luna Fuentes, poeta monclovense

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