Un cisne verde


En enero, al inicio de la epidemia que hoy estremece al planeta, el Bank for International Settlements y el Banque de France publicaron el estudio “El cisne verde. Bancos centrales y estabilidad financiera en la era del cambio climático”, el cual analiza los desafíos que los efectos del cambio climático imponen a los bancos centrales y a las instancias reguladoras y supervisoras de los sistemas financieros nacionales y globales.

Era difícil imaginar que otro cisne verde, impulsado por un virus, acechaba la economía mundial. Seis meses después, con millones de personas y decenas de países seriamente afectados por la pandemia de covid-19, aún no alcanzamos a comprender la magnitud del fenómeno, resultado de una disrupción humana en el orden natural.

El término cisne negro, precursor del cisne verde, fue acuñado en 2007 por Nassim Nicholas Taleb para ilustrar eventos disruptivos de los mercados financieros que se caracterizan por: a) ser inesperados, extraños y ajenos a las expectativas; b) tener un impacto amplio y extremo, y c) explicarse solamente después de que han sucedido. Es ingeniosa la metamorfosis del color para referirse a las repercusiones de los eventos climáticos y, ahora, pandémicos, originados por la alteración de los ecosistemas y los sistemas climáticos. 

Transcurrida la primera mitad de 2020, desde una perspectiva orientada al aprendizaje, hay dos aspectos positivos destacables. El primero es que la obligada reclusión de los últimos meses nos invita a reconsiderar nuestros patrones de consumo. Hemos valorado diferentes dimensiones intangibles de nuestra calidad de vida que antes dábamos por sentadas. La crisis de covid-19 ha sido un embajador implacable de los sistemas naturales, que nos recuerda, en una escala de tiempo perceptible y donde más nos duele a los humanos, que hay límites y nuestros actos irresponsables tienen consecuencias tan graves como las del cambio climático. Estamos frente a una apremiante llamada de atención para corregir un sinnúmero de transgresiones y ataques a nuestra propia casa. No más mercados de vida silvestre, no más especies sacrificadas para satisfacer extravagancias y complejos, no más deforestación de selvas, bosques, pastizales y manglares, no más pesca salvaje e indiscriminada, no más invasión y afectación de áreas naturales protegidas y espacios silvestres para proyectos de infraestructura absurdos, no más quema de energía fósil cuando las energías limpias y renovables sean una opción, no más hipotecas al futuro de nuestros hijos y nietos.

La segunda cuestión es la oportunidad de replantear nuestro modelo de desarrollo, a partir de un diálogo incluyente, para que los ecosistemas y los paisajes sean el elemento envolvente de la economía, la cultura, la competitividad y el bienestar de todos los mexicanos. Requerimos un pacto que incorpore, con criterios científicos, los factores de sustentabilidad ambiental en cada decisión pública, privada y social, en aras de construir un desarrollo saludable y racional, con una visión intergeneracional de largo plazo.

Ignorar la posibilidad de experimentar un ideal distinto de desarrollo y asumir que, una vez controlada la pandemia, ya sea con inmunidad natural o vacuna, podemos regresar a la normalidad de las actividades destructivas sería un grave error para la humanidad. En ese caso, quizá habremos superado este virus, pero cientos de miles, o millones, estarán esperando… a que derribemos las barreras naturales, las áreas protegidas, las selvas tropicales, los glaciares, las tundras heladas y demás ecosistemas y paisajes que nos separan y protegen de ellos. 

Un nuevo paradigma de desarrollo será aquel que nos permita aprovechar la riqueza natural y la diversidad biológica y volverlas nuestras aliadas, no el origen de nuestros problemas.

El autor es biólogo marino, co-fundador del primer Fondo Ambiental Nacional de México, con 25 años de experiencia en finanzas de la conservación.

VF, julio 1°, 2020.

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